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El bosque en las nubes tiene fiebre

Nos asomamos a la ventana como a la 1 de la mañana porque el ruido en el techo nos despertó. El viento incesante y atrevido. Vimos entonces las nubes en la penumbra, como si hicieran una parada en su agitada carrera y se sentaran sobre la montaña. Algodones blancos que en la mañana ya se habían ido, dejando solo su rastro de pequeñas gotas en todo ese verde.

Este artículo es más bien vivencial, les advertimos; sobre la experiencia que tuvimos explorando un fin de semana en Monteverde, Costa Rica y todo lo que tiene para ofrecer y que es ya muy conocido en el mundo por los amantes de la naturaleza. La promesa fue desconectar del mundo ajetreado en que vivimos y conectar-casi al estilo de Avatar- con lo que el bosque nos tiene que decir. Esto es parte de lo que experimentamos.

La primera vez que fuimos fue hace 5 años, cuando viajamos allá para conocer una hermosa finca de café de la zona. La visita fue exclusiva para el tema café- y solo fue por un día- pero sabíamos que algún día teníamos que regresar.

Esta comunidad rural se encuentra enclavada en las montañas entre el límite de Puntarenas y Guanacaste. Su pueblo principal es Santa Elena, alcanzó la fama por la producción de leche y quesos, pero también por la particular biodiversidad que resguarda en su Bosque Nuboso, y este no es un nombre poético, es una clasificación que los científicos le han dado al clima y condiciones que reúne este lugar en particular.

En esa primera visita, ir y volver el mismo día fue toda una proeza. Un camino de lastre que por horas nos martirizó y nos atrasó (no tenemos un automóvil de doble tracción). Unos paredones de piedras y tierra amenazantes. Así fue hace 5 años.

Pero hubo un anuncio hace algunos años después: luego de décadas de espera y protestas, los vecinos de Santa Elena por fin tendrían su carretera asfaltada. Son 17 km de trayecto serpenteante y ascendente entre Guacimal y el pueblo de Santa Elena.

Así que, esta segunda vez, teníamos mejores expectativas sobre el camino, pero éstas se cayeron pronto al suelo…o al hueco, para ser más precisos. Lamentablemente, la carretera prometida fue un trabajo de calidad dudosa: aunque muchos tramos están asfaltados, y ya hay paredones para prevenir derrumbes, decenas de huecos de gran tamaño y protuberancias dificultaron todo nuestro camino, aumentando incluso el peligro en algunas curvas cerradas. (Si quieren saber más sobre el trabajo deficiente de esta carretera, les dejamos este artículo).

De todas formas, Monteverde no nos defraudó. Pasamos allí 2 días y medio. La naturaleza que envuelve todo vale la pena cada tramo de carretera mala. Pasamos las noches en un pequeño hotel familiar llamado Belcruz. Y lo primero que admiramos son las montañas: sus matices verdes, sus sonidos, la luz, todo ese paquete está incluido. Todo eso se respira sin haber salido de las instalaciones del hotel.

Subimos una ladera contigua para almorzar en otro establecimiento familiar y luego nos adentramos en las colinas de Belcruz para ver el atardecer desde un spot que ellos nos recomendaron. Se podían apreciar las montañas que guían el camino desde allí hasta Tilarán, y a lo lejos las llanuras del norte. Fue una tarde para quedarse observando el cambio de luz, una nube tras otra hasta que el Sol dice adiós.

En los siguientes días visitamos la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde. En la localidad existen varias reservas privadas, pero la Reserva Biológica era un básico que teníamos que visitar siendo esta la primera vez que nos quedábamos a explorar.

Monteverde está localizado en altura (1500 m de altitud aproximadamente), pero pertenece a la provincia de Puntarenas y está relativamente cerca del mar (tanto, que se puede observar desde muchos puntos), así que, durante el día sentimos algo de calor, pero al ingresar al Bosque Nuboso la temperatura bajó. Todo ese dosel de árboles son una protección térmica de cualquier criatura que habite debajo.

Observamos árboles gigantes como el Ocotea monteverdensis, o el maravilloso ficus (conocido como matapalo o estrangulador) que con sus ramas va invadiendo otro árbol hasta asfixiarlo quedando una especie de exoesqueleto o árbol hueco que la gente suele escalar por dentro. Helechos del tamaño de un árbol, insectos que nunca habíamos visto en la ciudad de San José.

El bosque de Monteverde alberga más de 700 especies de árboles, 658 especies de mariposas, 425 especies de pájaros (que vimos pocos, pero escuchamos sus cantos hermosos tanto de día, en la tarde y en las madrugadas). Más sobre su biodiversidad aquí.

Estuvimos caminando por horas dentro de la reserva y aunque el bosque nos ofreció siempre de todo lo que tiene para dar, sí supimos que cada vez se pueden observar menos fauna en Monteverde y también, que hay más especies de animales y de flora que desaparecen o están en peligro de extinguirse.

La fiebre climática del planeta también afecta a este paraíso que parece aislado de la ebullición de la ciudad. El cambio climático ha hecho que, tanto animales como plantas, se adapten a vivir a mayor altitud, y los que no puedan hacerlo están en peligro.

La misma preocupación nos expresaron en el Jardín de Orquídeas que se encuentra en Santa Elena. Se trata de una interesante muestra de orquídeas de la zona. Que no son pocas, existen 500 especies propias de Monteverde, cuya resiliencia es una muestra de lo que está experimentando todo el planeta. ¡Son maravillosas! Unas tan pequeñas como la uña de un dedo, otras con formas y colores tan diversos, e incluso con aromas muy particulares, todo pensado para perpetuarse en este denso bosque.

Además de la temperatura, el turismo hace impacto. Pero, aunque no vimos tantos animales como quisiéramos sí los sentimos en todo momento que nos tomamos para estar tranquilos y conectar con la naturaleza, no solo en las reservas naturales sino en todos los alrededores del pueblo de Monteverde. Muchas veces los turistas pecamos en nuestro afán por ver la vida silvestre sin actuar con respeto hacia ella, y eso no era lo que queríamos lograr, queríamos escuchar lo que este bosque tenía que decirnos.

Al caer la noche, apagamos las luces de la habitación y nos quedamos en el balcón. La oscuridad dejó ver las estrellas, las nubes de lluvia empujadas por el viento constante. Decenas de luciérnagas pululaban por el suelo y cerca del balcón. El murmullo del río armonizaba con el canto de anfibios, pájaros y otros animales que no pudimos determinar, pero que nos arrullaron hasta que la tormenta nocturna envolvió el resto de las horas.

Regresaremos a Monteverde, nos faltó aún más por conocer y respirar, esperamos que siendo turistas consientes de nuestro impacto, sabiendo el privilegio que tenemos de conectar con la naturaleza, volvimos con mucho más de lo que pudiéramos dar; su fuerza, su resistencia ¿hasta dónde llegará?

Sobre la autora

Xótchil Méndez Dávila // Periodista y bloguera desde Costa Rica.

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